REFLEXIONES SOBRE LA CAUSA HUMANITARIA
-“¿No me estará usted dejando pasar primero porque soy una señorita?
-No, le dejo pasar primero porque yo soy un caballero”
Cualquier actividad humanitaria es mejor que nada. Pero hay diferencias de matiz. Por fortuna la voluntad inespecífica de ayuda no es infrecuente. Conseguir darle forma y hacer algo útil de verdad es muy difícil. Las actividades espontáneas y voluntarias, y la cooperación lo es, se hacen para conseguir un beneficio (nadie hace algo espontáneamente en contra de su voluntad). Es este beneficio el que varía según la calidad personal, y hay tantos enfoques y razones por las que alguien se embarca en actividades de cooperación como personas lo hacen.
La búsqueda de aventuras, destinos exóticos y emociones fuertes quizá sea mejor que nada, pero es una muy pobre motivación. A las personas de las zonas deprimidas del planeta les tiene sin cuidado tus ganas de aventura. Tienen problemas y querrían soluciones.
Las vacaciones solidarias para occidentales saciados de vidas vacías quizá sean también mejor que nada, pero no dejan de ser eso, vacaciones. Inmersiones en realidades lejanas que en el mejor de los casos consiguen sacudir una conciencia adormecida de occidental distraído.
Repartir abrazos y sonrisas quizá resulte redentor, pero lo siento, soy de ciencias. Sólo creo en las cosas en estado sólido y tangible. Las acciones gaseosas quizá sean imprescindibles, pero nunca he visto que le solucionen la vida a nadie. Repartir chucherías de cualquier índole no consigue tampoco mucho más que un minuto desenvolviendo el regalo de los reyes magos. Mañana no quedará rastro.
La cooperación como lavadora de imágenes o como mascota exótica, complemento ideal para profesionales ricos, insulta tanto a la decencia que probablemente ni siquiera es mejor que nada.
Para los creyentes en alguna religión, la recompensa en forma de promesa de un trozo de cielo mayor puede ser motivo sólido. Aunque personalmente no lo comparto, si el resultado es ayuda honesta al que sufre, bienvenida la creencia. En mi experiencia, he encontrado misioneros honestos y fiables y no puedo evitar pensar que, a pesar de mis diferencias con su jefe, compartimos algo.
Los seres humanos necesitamos poco para llevar una vida digna. Comida y agua, que no nos disparen mucho a nosotros o a nuestra familia, y atención sanitaria básica. Lo demás es lujo. Lo es. La actividad humanitaria debe ir dirigida a estas tres necesidades básicas (comida-agua, seguridad y salud). Eso es estado sólido tangible (soy de ciencias). Todo lo demás es accesorio, estados gaseosos de la materia, sólo justificables una vez cubiertas las tres necesidades básicas. Todo, salvo la educación, porque es una inversión de futuro en la capacitación de esa población para cubrir sus tres necesidades. De todas formas, compatibilizar la educación con la persistencia de culturas y formas de vida milenarias no es fácil. Pero no es mi terreno. ¿Debe un niño de una tribu centenaria continuar su vida tradicional, sin lujo pero con dignidad, o debe ingresar en la trituradora de la cultura globalizada? No lo sé.
El mundo real es feo. La música y la poesía lo hacen vivible, pero no lo cambian, y hay algunas realidades muy feas. Cuando ayudas a alguien, estás ayudando a quien probablemente no te ayudaría si la situación fuera a la inversa. Lo he visto muchas veces. Tu sensibilidad humanitaria, si tienes la suerte de tenerla, no esperes que sea compartida por la población local. Tu interés en ayudarles suele ser mucho mayor que el suyo. Y no es cuestión de que tú seas más rico que ellos, que lo eres. Es la naturaleza humana. Es muy probable que a quien estás ayudando no entienda por qué lo haces, no te lo agradezca, o incluso intente robarte aprovechando que le ayudas. Si esperas un parque temático en el que los pobrecitos te agradecen tu trabajo solidario, probablemente te llevarás una decepción metafísica. Bienvenidos al mono humano! Somos así y no vamos a cambiar. Pero tú eres un caballero, sea ella o no una señorita.
Otra realidad incómoda es que cualquier circunstancia admite dos interpretaciones opuestas y casi igualmente válidas (y que la jeta humana es infinita).
-“Mi dinero es mío y lo gasto en lo que quiero porque para eso lo he ganado. Si el resto no tienen, es su problema, no el mío. Mientras yo estudiaba y trabajaba ellos hacían el vago. Que no venga la cigarra a llorar a la hormiga cuando acaba el verano”.
O bien,
-“Tengo mucho más de lo que necesito, a pesar de lo que me intente hacer creer la maquinaria publicitaria comercial. No puedo cambiar el mundo, pero puedo ayudar a alguien, porque si yo estuviera en su situación agradecería que alguien se tomara la molestia de ayudarme”
¿Cuál de las dos visiones es correcta? Probablemente ambas. ¿De qué depende elegir una u otra? Sobre todo de tu estado de ánimo. En gran medida, la sensibilidad humanitaria depende de tu estado de ánimo. Sorprendente. Desconcertante. Personalmente tiendo a elegir la segunda interpretación, porque la primera me parece feroz. Hago algo porque lo contrario me parece peor. Me gustaría tener una razón más sólida, pero no la tengo.
Vivimos en la parte cómoda del mundo. Sobra comida, seguridad, sanidad, sobra dinero. Yo no recuerdo haber hecho ningún mérito para nacer en esta parte del mundo. Nadie me preguntó. Nadie me dio a elegir. Pero la mayoría de la humanidad no vive en este jardín de comodidad. No se preocupa de capulladas intrascendentes. Se preocupan de las tres necesidades sólidas y si les dieran a elegir, probablemente elegirían vivir una vida cómoda. Creo que la cooperación humanitaria es el precio mínimo del alquiler por vivir en la zona cómoda del planeta.
¿Cuál es mi motivo, pues, para embarcarme en actividades humanitarias? Después de casi 12 años de ensayos y sobre todo errores africanos, creo que por pura y simple decencia. Porque no hacerlo es indecente. Porque tú debes ser un caballero independientemente de quién sea la señorita o si la hay. Porque soy médico por avatares del destino y tengo la capacidad de aliviar sufrimiento, y porque el placer de regalar a alguien una vida digna no tiene precio. Porque ayudar a alguien que no ha tenido oportunidades, al que no conoces, que ni siquiera entiende por qué le ayudas y en el fondo no te importa si lo entiende o no, es un placer sublime. Y en mi placer mando yo.
Lo correcto o incorrecto ha oscilado continuamente a lo largo de la historia. Hoy te premian por lo mismo que te apaleaban hace 100 años y viceversa. Lo único loable y honesto, que no depende de modas culturales, religiosas o políticas, es aliviar el sufrimiento de otro ser humano. Y si algo nos iguala a todos los monitos humanos es el sufrimiento. Aliviarlo es loable hoy, lo era hace 100 años y lo será dentro de 100 años. Y sólo el sufrimiento que has aliviado (y por desgracia el que has ocasionado también) te sobrevive cuando mueres, cuando devuelves tu modesto préstamo de carbono. Eso y el ejemplo que hayas podido dar. Tu memoria sobrevive una generación y media (¿quién recuerda a sus bisabuelos?), pero tu ejemplo sobrevive. Se vector de la causa humanitaria, se un caballero.
Pedro C Cavadas, médico y aspirante a caballero